En el 1971 la Historiadora norteamericana Linda Nochlin publicó en la revista Art News un artículo titulado “¿Porqué no ha habido grandes mujeres artistas?”, ella misma contestaba así a la pregunta: “Si no han existido equivalentes femeninos de Miguel Ángel, de Rembrandt o de Picasso, no es porque las mujeres carezcan naturalmente de talento artístico, sino porque a lo largo de la historia todo un conjunto de factores institucionales y sociales han impedido que ese talento se desarrolle libremente”.
Con este artículo Nochlin abrió una nueva vía de investigación en la Historia del Arte para intentar demostrar que las mujeres tambien han estado vinculadas al Arte a lo largo del tiempo, una vía de investigación que tratará de sacar a la luz los talentos olvidados a lo largo de los siglos, pues muchas fueron esas mujeres, algunas acalladas por el tiempo, y otras que supieron sobresalir con valentía superando los convencionalismos propios de su época porque su talento, a pesar de muchos, era equivalente al de sus coetáneos masculinos.
Si seguimos el curso de la Historia y nos remontamos a la Antigüedad, nos encontraremos que Plinio el Viejo (23-79 d.C.) ya mencionaba a algunas mujeres artistas en su célebre Historia Naturalis . No será hasta la Edad Media cuando empezaremos a encontrar las primeras referencias a mujeres vinculadas a diversas artes de forma más explicita. Fueron las mujeres de esa época, principalmente religiosas, las que participaron en la elaboración de tapices y frontales de altar, aunque por supuesto no fue una ocupación meramente femenina ya que en su ejecución también participaban hombres, en especial monjes dedicados a diversas artes.
Por otro lado sabemos que en la Edad Media, concretamente en el siglo VIII, la iluminación de manuscritos era una tarea no tan sólo realizada por monjes, sino que también existían religiosas dedicadas a ello. En concreto la primera mención aparece en el Beato del Apocalipsis de Gerona, obra firmada por el monje Emetrio y por una mujer llamada Ende. Poco sabemos de la figura de Ende, quizá fue una monja o bien una mujer noble y culta que desempeñó mas bien un papel de mecenazgo en la ejecución del Beato. No obstante esta es una rara excepción ya que la mayoría de los trabajos eran realizados de forma anónima y aquí aparece la firma de los autores, uno de ellos ENDE, una mujer que se identifica así misma como “de pintrix” (pintora) y “dei aiutrix” (ayudante de Dios).
Otros nombres surgirán en la Edad Media vinculados a mujeres que pudieron tener un papel determinado en la ejecución de obras de arte, tales como la Reina Matilde, que participó en la elaboración del Tapiz de Bayeux (siblo XI), Hitda de Meschede (978-1042) monja que ilustró el Evangeliario Codex Hitda, y también Herrada de Landsberg (Alsacia 1130-1195) autora de la enciclopedia “El jardín de las delicias” (Hortus Deliciarum), un manuscrito que reunía las Ciencias conocidas en aquel momento y que se ilustraba con más de 300 imágenes que realizó Herrada con otras 60 monjas del convento.
Fuera del contexto religioso, la mujer no tuvo apenas un papel relevante en la ejecución de obras artísticas hasta llegado el Renacimiento. Hasta ese momento, la figura del artista quedaba relegada, en la mayoría de las ocasiones, a un mero artesano, será tras la llegada del siglo XV que el artista adquirirá valor por si mismo empezando a reivindicar sus trabajos como propios del intelecto y alcanzando una posición social más elevada y valorada.
En el Renacimiento, dentro de las virtudes de una clase social aristocrática se consideraba que tanto el hombre como la mujer debían adquirir una refinada educación, ingenio en la conversación, habilidades para la pintura, el dibujo, la música y la poesía. Así pues, no es de extrañar que sea a partir de este momento cuando surjan las primeras referencias de mujeres pintoras y todas ellas estén vinculadas a la nobleza de la época, mujeres que tuvieron acceso a una cultura refinada.
La pintora Caterina dei Vigri (1413-1463) hija de la nobleza de Ferrara, la escultora boloñesa Properzia de’Rossi (ca. 1490-1530), y la más célebre de todas ellas la pintora Sofonisba Anguissola (1532/35-1625), hija de un noble humanista y educada como una perfecta aristócrata y destacando en el género del retrato. Todas ellas fueron los primeros referentes de mujeres artistas, y sus obras llegan hasta nuestros días destacándolas como consumadas pintoras.
No obstante con el transcurso del tiempo las cosas cambiarán y será a partir de los siglos XVI y XVII en que la mayoría de las mujeres artistas aparecerán vinculadas a familias de pintores, donde acceder a medios materiales y conocimientos técnicos les era fácil y gratuito, y podían llegar a desarrollar su talento al lado de padres y hermanos en los talleres familiares.
La lista de mujeres que podemos encontrar dentro de este grupo ya es mucho más extensa y por enumerar a algunas de ellas podríamos hablar de Marietta Robusti (1560-1590) hija de Tintoretto, o Lavinia Fontana (1552-1614) hija del pintor boloñés Prospero Fontana. Pero la más reconocida fue Artemisia Gentileschi (1593-1652/53) formada en el taller de su padre, Orazio Gentileschi, seguidor de Caravaggio. Las obras de Artemisa destacaron frente a las demás pintoras por su gran formato y por la utilización de temas bíblicos o mitológicos, en los que las protagonistas eran siempre heroínas poderosas, expresivas y fuertes, muy poco acordes con el estilo imperante en la época en que solían ser estereotipos delicados, elegantes y más “femeninos”.
Sea como fuere, hasta este punto todas ellas conformaron un grupo de mujeres dispuestas a emerger con valentía, mostrando a la gente de su época su arte y su valor, contrapuesto a un mundo de hombres en el que poco podían hacer para sobresalir. Fueron las pioneras, las que tímidamente abrieron camino a las mujeres que en siglos posteriores seguirían trazando el sendero hasta llegar a nuestros días, donde ya “casi” nadie duda del valor y la genialidad de la mujer artista.
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