En la Exposición Internacional de Paris en el año 1889, los pintores escandinavos irrumpieron con gran fuerza. Kroyer, Johansen, Zorn, Begh, Werensklold, Edelfelt, Harrison, Melchers y otros , presentaron al mundo una nueva forma de entender el paisaje.
Joaquin Sorolla (Valencia 1863-1923) en aquel momento ya era un artista consumado, y paralelamente a sus cuadros de temática costumbrista venía realizando incursiones, cada vez más audaces, en los efectos de la luz cegadora del Mediterráneo. Ese mismo año Sorolla volvió nuevamente a Paris con su esposa y visitó la Exposición. Allí quedaría conmovido por la pintura de los escandinavos, en especial por las obras de Peder Severin Kroyer (Noruega 1851-1909) y de Anders Zorn (Suecia, 1860-1920), dos artistas de formación académica, pero en los que sus obras partían de la observación del natural y en especial de una gran y minuciosa observación de la luz.
La admiración que sentía por Anders Zorn, aparecieron reflejadas en unas palabras suyas publicadas en un artículo:
“Parece que dibuja de dentro afuera; que no busca nunca el contorno o la silueta, y desde luego, puede afirmarse que jamás hace nada fragmentado; no inventa; todo, como nuestro gran Velazquez en sus Meninas, lo tiene todo junto y lo pinta todo de una vez” (“A orilla de dos mares” Olle Granath, Sorolla-Zorn, Ed. Museo Sorolla, España 1992)
Sorolla conoció personalmente a Anders Zorn en Madrid el 1902 y tuvieron posteriores encuentros en París, Nueva York y España. Entre ellos creció una profunda amistad, de la que surgió el retrato del artista que A. Zorn le pintó en 1906 y que le dedicó con estas palabras “al amigo Sorolla”.
Posiblemente Joaquin Sorolla pudo ver directamente algunas de las obras que A. Zorn pintó a finales de la década de 1880, una serie de desnudos al aire libre, mujeres bañándose en las aguas del archipiélago sueco. En ellas la luz, las sombras y los reflejos de su piel mojada son los protagonistas de toda la serie.
Anders Zorn era llamado “el pintor del agua en movimiento”, en sus obras el agua adquiere protagonismo y los demás elementos en ocasiones están ahí tan solo para dar énfasis al elemento líquido.
Otro de los grandes pintores escandinavos fue Peder Severin Kroyer. De este artista, a Sorolla seguramente le cautivaron los efectos y reflejos del mar que transmitía en sus obras, y esos niños jugando en la playa, en las aguas del Mar del Norte en Skagen (Dinamarca), donde los pintores escandinavos se reunían en los veranos y discutían en relajadas tertulias. Fue allí, una década antes que Sorolla lo descubriera, donde Kroyer inició sus series de niños en la playa.
Observando esas obras parece fácil pensar que Sorolla las pudo contemplar, y años más tarde interpretó magistralmente su propia versión bajo la luz del Mediterráneo, unos niños jugando en la orilla con su piel mojada, tal y como los describe Blasco Ibáñez: “El cuerpo moreno del nadador tomaba, al descender, las trasparencias de la porcelana” (Vicente Blasco Ibáñez. Obras Completas Tom. II Mare Nostrum -1918, p.1011). Unos cuerpos cuyos contornos se desdibujan al entrar en contacto con el mar. (“Nadadores en Jávea” 1905)
“Nadadores en Jávea” Joaquin Sorolla 1905
Joaquin Sorolla descubrió eso y mucho más en sus idas a Paris. En una carta escrita a Clotilde, su esposa, el 16 de Julio de 1900, le dice que no está satisfecho con su trabajo y que quiere mirar con detenimiento al resto de pintores para seguir aprendiendo. Dice que “algo útil saldrá” de examinar toda la pintura.
Y así fue, a partir de estos años, lo que estaba latente y gestándose en la pintura de Sorolla, surge con fuerza y traspasa a los grandes lienzos. El artista se acerca mas al mar, casi planta su caballete en el agua, los reflejos, las transparencias y la luz ya no desaparecerán de sus obras, ésta surge de dentro de ellas de forma cegadora.
Ahora, lo que observó de los pintores del Mar del Norte, ya está totalmente integrado en sus lienzos y Sorolla magistralmente nos devuelve unas obras impregnadas de otra luz, muy diferente a la del Mar del Norte. En ocasiones es la luz cegadora del Mediterráneo (Jávea, Cabanyal), en otras la del Cantábrico (Biarritz) donde se advierte una luz diferente, mas apagada y en las que los cuerpos adquieren menos volumen (“Maria en la Playa de Biarritz”1906).
En cualquier caso, a partir de 1903 emerge una nueva forma de pintar en Sorolla. Sus cuadros son grandes manchas de color diluido o concentrado que utiliza para disolver completamente las formas con la luz. Ha encontrado la formula, la perfeccionará en extremo y ya no le abandonará nunca.
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