Para los amantes del arte, pocas cosas pueden resultar más excitantes que poder entrar en el espacio íntimo de un artista, su taller.
El estudio del artista es el espacio creativo, donde todo tiene lugar, donde las dudas, los miedos, las frustraciones, el esfuerzo convergen para dar paso a la obra. Donde observamos objetos, libros, trapos, pigmentos y extraños elementos que nos desvelan aspectos íntimos del artista y que nos acercan a su obra y en ocasiones nos ayudan a entenderla.
Entrar en la “guarida” del artista, es desnudarlo, desenmascararlo y hacerlo más vulnerable y asequible, quitarle el halo de misterio que le envuelve y hacerlo más terrenal, más humano y en definitiva más comprensible. Para algunos fotógrafos es y ha sido un campo para explorar y un mundo que les ha dado fama.
Admirar a un artista y poder traspasar la barrera y adentrarse en ese mundo de pinturas, lienzos, hierros y artilugios que nos son extraños, de obras inacabadas abandonadas en las esquinas del taller y rechazadas por el maestro. Obras que no verán la luz y otras a punto para ser admiradas en las galerías más prestigiosas.
Por supuesto para muchos artistas, su espacio creativo ha estado desvinculado de los espacios cerrados y han preferido rodearse de la naturaleza y espacios abiertos, algo que supuso una forma de entender el arte muy diferente con los pintores que se decantaron por la pintura “a plain air”
Quizá es esta una visión muy romántica del espacio creativo, pero así es como me gusta imaginarlo. Otra cosa sería el espacio creativo de un artista que trabaja con las nuevas tecnologías, ahí las reglas del juego cambian totalmente y el entorno nada tiene que ver.
He seleccionado una muestra de imágenes de los talleres donde nacieron algunas de las obras más celebradas del mundo del arte.
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